22 de abril
Capítulo 12: La versión del ¿DR?
Lo sé, el tono de Scooby no era normal, algo extraño está sucediendo. Valente se ha despistado y el pasmarote se ha ido de la lengua. O lo que es peor, el gato jachondo me la está liando gorda…Pero no acaba de encajarme, ese minino me ha sido leal siempre y me sigue follando con pasión, eso no se puede disimular, me ama como yo a él. Los malos años del trullo crearon este vínculo, dicen que los amigos de la cárcel no te traicionan nunca pero… han pasado ya tantos años desde lo del zoo.
Sin embargo, recuerdo como si hubiera sido ayer la cara de American_Graffiti, aquel astuto bofia que debajo de su apariencia descuidada escondía una inusual brillantez en su trabajo, mientras me decía:
“Ke, passssa, tron… xDxD. Ke digo ke las kagao… jijiji”
De nada me valió intentar saltar el muro y volver dentro del zoo, la adrenalina también tiene sus limitaciones.
Calma, no debo ponerme nervioso, esto no es más que una de mis habituales paranoias. El poli está acabao, sólo beber y leer pornografía, y por si fuera poco tengo al gato controlándole. No, decididamente no ha cantado. Claro que le conviene no cantar, la nómina del club por sus servicios es tan abultada porque es el guardián del secreto, no por los dos días al año que nos dedica.
Veo imágenes de aquel día, a mis espaldas el centro penitenciario, frente a mí el risueño Doctor dándome la bienvenida a su proyecto de rehabilitación para delincuentes sexuales. Gracias a mi abogado, pude acogerme al programa y reducir la pena en seis años, a cambio de prestarme a los experimentos de aquel chiflado.
¿Y si ha sido Helena? No, no la creo capaz. Helena lo supo el primer día pero jamás se atrevería a decirlo, es inmenso su temor a que la tomen por loca. Ella, como todo el resto de la gente, no mostró ninguna extrañeza cuando me hice pasar por primera vez por el Doctor, el hecho de pasar en un solo día de medir 1,52 y aparentar 60 años a medir 1,96 y tener el cuerpo de 25 no podía sorprender a nadie que conociese el inmenso talento investigador de Flagg en materia de crecimiento y regeneración de tejidos. Pero llegó el momento de pasar por la alcoba.
Allí descubrió el secreto. No quiero ni pensar el peazo ciruelo que debía tener el fenómeno, porque no necesitó ni que me quitara los calzoncillos:
“¡Tú no eres Horatius! ¡¿Qué has hecho con él, canalla?!” aún resuenan en mi cabeza aquellos gritos. Tres minutos después ya se había ido. Para siempre. Eso sí, en los tres minutos le dio tiempo a dejarme todas las camisas planchadas y hacerme unas buenas patatas con chorizo. Esa noche, sólo no follármela me separó de la felicidad completa, ya era alguien, por fin, alguien respetado, el gran Horatius Bartholomew Flagg.
Debo tranquilizarme, voy a ponerla otra vez. El efecto de esta película es relajante, siempre consigue devolverme los pies a la tierra. Sin “Sommersby” nunca lo habría conseguido, la vi y reví, la aprendí hasta el más nimio detalle antes de dar el gran golpe, adopté los modos del gran Gere y sus artimañas sicológicas y volví al pueblo a coger lo que era mío.
Voy a vestirme. Odio hacer esto, malditos trajes de Olivier no sé qué, me gustaría tanto volver a sentir en mi piel el suave tacto del denim de unos jeans de Carrefour… cómo añoro mis Paredes cada vez que peleo durante dos minutos con el horrible cuero moldeado con amor de madre por ese zapatero italiano al que con gusto mataría con mis propias manos. Pero no tengo alternativa, Flagg puede crecer 40 cms. en un día, pero renunciar a su estilo… eso me delataría a 300 metros de distancia ante cualquier conocido del Doctor, por poco tiempo que hubiese pasado con él.
Me veo más joven, entrando en el despacho de la clínica. Flagg me sonríe como siempre, va a comunicarme una buena noticia: He teminado el programa con éxito, como premio pasaré la noche con dos gallinas jovencitas y mañana seré libre. Pero yo tengo otros planes, quiero mis tierras, quiero mi casa, quiero a Jodie Foster. Cojo una de las gallinas y la introduzco en la boca del Doctor, sin desvestir ni nada. Unos espasmos, un gesto en los ojos… ya soy Sommersby
Me cuesta emprender el camino al club. Aunque soy el que más cerca vivo, el desplazamiento me resulta insoportable. No hay línea de metro ni de bus y cuesta un huevo encontrar un taxi, además de la obligación de guardar las apariencias. El dichoso Lamborghini tiene un cambio de marchas durísimo y va como a trompicones. No lo puedo cambiar por uno automático porque eso sería confesar a gritos mi tropelía.
Homenajes, fiestas, recepciones, conferencias… chicas, chicos, gallinas, cocodrilos, lemures… soy el Doc, el gran Flagg, Flay, Flaggy… soy dios, quizá cambie Sommersby por Titanic, soy el rey del mundo. Mas de repente, todo se tambalea, todo se viene abajo. Un misterioso mal se extiende por el club, empezamos a caer enfermos uno tras otro. No hace falta ser médico de verdad para saber lo que está pasando: Veneno. Ponzoña infernal que acaba con nosotros. ¿Qué hago? Se supone que soy quien soy, todos esperan la solución, todos me miran. De repente recuerdo las palabras de Bartie, como llamábamos los pacientes al Doctor:
“Yo no soy nada sin ella, es el verdadero cerebro”
Le debo una muy gorda, algún día he de pagársela con creces. Bueno, le debo dos, su silencio y el Antídoto Universal 4.0 que de tantos apuros me ha sacado después. También les debo una a mis colegas. A pesar de ser unos pijos redomados, han acabado por conquistarme. El bueno de Scooby, Olof de nombre de pila, esconde detrás de su aire de tiburón de Wall Street un perrito bueno y leal. Halfgan es mucho Halfgan, militante sin tregua de sus amistades y generoso hasta la parodia. Y kortxito, mi kortxito. Algún día todos contaremos nuestros secretos y él sabrá por fin quién es su padre, pero mientras ese día llega yo haré lo que en buena ley le correspondería a otro y seguiré yendo a su casa a cenar esas cosas tan ricas que hace.
“Llevamos más de tres meses y esto no avanza”. Valente traduce las palabras de su “jefe” que ninguno habíamos entendido a la primera. La investigación del envenenamiento no da ningún resultado, o eso dice Russian. Todos nos miramos, el miedo, la duda y la rabia se unen en nuestros ojos. Cuando la pareja se va a ir, Valente se escurre un instante y viene a frotarse el lomo contra mi paquete, momento que aprovecha para susurrarme “Ha sido él, no me preguntes cómo puede ser pero ha sido él”
En el ascensor aprovecho para atusarme el pelo y quitar la arruga del traje. Entro en el club risueño, alegre, trato de ocultar mi estado de ánimo. Pero poco dura la farsa. Esta vez ha sido especialmente cruel, ha ido primero a por el macrocefalín. Sabe cómo hacernos daño, ya lo creo. Disimuladamente, le aplico al buen kortxopan 20 miligramos de 4.0 sin ningún resultado. Estúpido de mí, cómo he podido pensar que él no lo tuviera previsto.
Sólo hay una solución, y quizá esta vez ni siquiera eso. Pero se trata de mi cabeza. Y de la de kortx , que son palabras mayores. “¿Estás seguro?”·. La voz del palanganito suena débil, ahogada, se pierde en el océano de mis inquietudes.
“Media hora”, su voz sigue siendo música del Olimpo, siento que puedo oler su mágico aliento a través del teléfono. Magnífico invento éste de la llamada múltiple, habría sido sospechoso que fuera yo y no Nestor quien llamara. Vendrá y le diré la verdad. Se la diré a todos porque ya no puedo más. Dios, sólo quiero poder volver a comerme un puto whopper, ¿por qué me metí en todo esto? ¿Por qué no alquilé Tomates Verdes Fritos?
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