lunes, abril 09, 2007

Una historia del club (VI)

Pues preparate para esta noche, creo que uno de los números especiales es que subas al escenario pintado de purpurina y con el falo en la boca de "Celeste" (siempre tengo dudas sobre el sexo de su nacimiento) cantando "In The Gueto" y eyaculando al ritmo del estribillo

9 de abril

Capítulo 6: La versión del cabezón


Esperaba a mi fiel amigo Martin a la salida de su tienda favorita, la 10 Paris Ligne 10 en el 23 Rue de Montpensier mientras me tomaba un helado de vinagre de módena con salsa de frambuesa. El calor era insoportable y el frío postre se derretía ensuciando mis manos. Martin, tan atento como siempre, sólo él hace que me sienta como en casa, cortó un rectángulo de seda proveniente de la costa coreana del mar Amarillo. Salió de la tienda y me ofreció el rectángulo. La verdad es que me daba escalofríos pensar que estaba utilizando como servilleta un trozo de tela valorado en 150 euros.

Había quedado con él para cenar en su casa, a la que nunca había acudido. Martin encargó a una de las dependientas el cierre de la tienda siempre que la tienda estuviera vacía y a no ser que un cliente preferente acudiese a última hora. Apareció con su habitual bufanda y sombrero copa. La verdad es que su aspecto es bastante pintoresco. En cuanto nos saludamos con un apretón cálido y un frío abrazo – Martin siempre quiere dejar clara su heterosexualidad a pesar de su condición de diseñador – un taxi con los cristales tintados se detuvo en frente nuestro. Curiosamente también tenía una mampara interna tintada. Caprichos de famosos – pensé.

Martin y yo hablamos de vanalidades, todos nuestros encuentro comienzan así. Poco a poco recordamos la confianza que guardamos el uno en el otro y la conversación se hace interesante y amena.

Después de una hora en el taxi, hablando del tráfico, el estado de las calles parisinas, el tiempo, la moda…el taxi se detuvo. Bajamos del vehículo y éste se fue sin que el conductor hubiera cobrado ni un céntimo por el traslado. Supuse que sería el taxi de Martin, siempre ha querido aparentar que es menos de lo que realmente es. Por ello no me extrañó encontrarme en el barrio de Marais, tan ambiguo como mi amigo.

Montamos en el ascensor, a los que nunca me acostumbro. Antes de pulsar el botón, sonó el teléfono de Martin. Por supuesto esperé a que terminara la llamada fuera, respirando hondo y agarrándome a la barandilla de la escalera. Una mano me cogió del hombro. Me giré y mi alma se derrumbó. Los ojos de Martin estaban bañados en lágrimas y juntando las palmas de sus manos me pidió perdón, entró en el ascensor y subió sin mi.

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