sábado, abril 14, 2007

Una historia del club (IX)

Tras mi frustrada intentona de parecer una persona normal, quitando que doblo las rodillas al revés y he de caminar hacia atrás ayudado por dos retrovisores, decidí aprovechar mis días en el gran continente sureño y disfrutar de la hospitalidad de una humilde familia keniata. Son unos pescadores de la zona. Él se llama Miyayo Tetumba, su mujer Miyayo Tetumba, y su hijo mayor Miyayo Tetumba y su prometida Miyayo Tetumba. Me resultó ciertamente extraño que todos se hicieran llamar igual. Los conocí a través de la prometida de Miyayo Tetumba, por un confusión. La verdad es que se tomó bastante bien que le tocara los pechos y el trasero "accidentalmente", aceptó en seguida mis disculpas y me invitó a conocer a su familia.
Al segundo día, mientras guardaba en bolsas herméticas los manjares que esta familia había estado pescando para nuestro club durante toda la semana y sin pedir nada a cambio, conocí al padre de la prometida de Miyayo Tetumba. Éste se llamaba casualmente Miyayo. No creo que fuese nativo de la zona puesto que era la antítesis del resto de la familia. Nada más verme se dirigió hacia mi con aire amenzante y muy agresivo. Menos mal que nuestro amigo Halfgan me hubo regalado tan entonces valioso sombrero. Se lo lancé a Miyayo y éste quedó sepultado en su interior.
Recogí todos mis enseres, le di un beso a Miyayo Tetumba, monté en el hidroavión y dejé atrás esa humilde morada en el que me sentí negro por un día. Mientras huía, me dio tiempo para realizar un par de fotillos del lugar. Repito que es un sitio muy humilde, al que ninguno de los miembros del club estamos acostumbrados a vivir, pero sabed que yo ya estaba mentalizado para la ocasión y había dejado atrás mis fobias, escrúpulos y prejuicios:

14 de abril

Capítulo 9: La versión del puto gato:

Todo empezó con un puto perro.

No sé cómo había llegado a aquel callejón oscuro, pero mis pasos me guiaban una y otra noche hasta aquel lugar. Arqueaba el lomo impaciente mientras esperaba a mi minina. Uñas de manicura, ojos verdes y el pelo largo como la sombra del pecado. Era una gatita deliciosa. Era una diosa felina e insatisfecha.

Ronroneé anticipándome al placer. ¿Cómo no hacerlo cuando el recuerdo es tal vez más agradable que la propia realidad? Afilaba mis deseos contra las estrellas y estiraba los huesos, relamiéndome mientras repasaba mentalmente cada una de las curvas de aquella preciosa hada de la noche.

El jodido cánido interrumpió estas gozosas elucubraciones con su ladrido.
-Peón cuatro rey, Charlie está por todas partes.

Tardé unos segundos en reponerme del susto. Para ser un gato mis sentidos parecían los de Flaggy tras varias de horas de conversación con Don Ballantines -maldito y sucio borracho-.
-¿Ya estás con las chacharas paranoides de antiguas campañas, loco de los cojones? Te he dicho mil veces que aquello ya pasó; forma parte de nuestro pasado maldita sea. Y Vietnam también. Joder, los Charlies ya no están. Ni siquiera los ruskis. Ni los boches. Ni siquiera los perros ingleses; y el enano Corso hace tiempo que está criando malvas. Ya te encargaste tú de eso -le dijo, haciendo un aspaviento con la mano. Llevé la mano a la chaqueta y saqué el paquete de cigarrillos. Necesitaba un pitillo.

Se quedó en silencio. La calle estaba más oscura que nunca. Las nubes habían tapado las estrellas y sólo el leve fulgor de una farola al fondo parecía desafiar a la noche. Le miré mientras me comía el cigarrillo y lo tragaba. Me encanta el tabaco.

-Todo ha empezado -no se lo pregunté, lo afirmé.
-Sí, ya lo sabes. Hemos cambiado el título: hacía falta.
-Eso ya os lo dije yo hace días, joder. Podían sospechar si no lo hacíamos. Ahora puede que sea demasiado tarde.
-Exageras. Como siempre. Nadie se ha dado cuenta.
-¿Cómo coño no se van a dar cuenta? Sabrán que ha desaparecido. Ella es importante -dije, recalcando el hecho de haber utilizado el verbo en presente.
-Él te lo explicará si te tranquilizas -me dijo el puto perro, haciendo un gesto con la cabeza, para que descubriera una sombra oculta tras un contenedor.
-¿Él... Él está aquí? -dije con la voz estrangulada- Hace tanto tiempo que no lo veo...

Muchas cosas me vinieron a la cabeza en aquel instante. Pero una de ellas destacó sobre todas. ¿Era mi imaginación o aquel repugnante -y a la vez adorable- ser estaba echándose una meadita?

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