domingo, julio 01, 2007

Desvaríos varios (III)

A principios del siglo XXI, la Tyrell Corporation
desarrolló un nuevo tipo de robot
llamado Nexus,
un ser virtualmente idéntico al hombre
y conocido como Replicante.

Los Replicantes Nexus-6 eran superiores
en fuerza y agilidad, y al menos iguales en
inteligencia, a los ingenieros de genética

que los crearon.

En el espacio exterior, los Replicantes fueron usados
como trabajadores esclavos en la arriesgada exploración
y colonización de otros planetas.

Después de la sangrienta rebelión de un equipo de combate
de Nexus-6
en una colonia sideral, los Replicantes fueron
declarados proscritos
en la Tierra bajo pena de muerte.

Brigadas de policías especiales, con el nombre de Unidades
de Blade Runners, tenían órdenes de tirar a matar
al ver a cualquier Replicante invasor.

A esto no se le llamó ejecución,
se le llamó retiro.

1 de Julio

Más viejo.

Última entrega de los desvaríos varios de G Vázquez

La vagina como boca a los infiernos

Por si algún yugo más podía faltar, el terco diseño de mi mapa genético me condena a no ver en este mundo criatura más hermosa que la mujer hermosa. Algo muy dentro de mí me hostiga con fuerza cuando se muestra ante mis ojos la perfecta arquitectura de un cuerpo femenino desnudo. Mi masculinidad animal, esencialmente depredadora como todas, me empuja a poseerlo y caso de no lograrlo, me duele. Así la Belleza es dolor si no la hago mía, y como Buckowski, no puedo ver una mujer bonita sin imaginarla en mi cama. Y como uno sólo consigue un pequeñísimo muestrario de toda la fauna femenina deseada (nos perdemos la mejor), padecemos de este modo tan cruel la eterna guerrilla entre Naturaleza y Cultura, porque la primera nos hace una ofrenda divina y la segunda nos la prohibe, o a lo sumo, nos la hace inalcanzable. La cultura y el orden reprimen así el natural impulso de violación universal a toda mujer hermosa. Se trata de una crueldad semejante a la que ataca al hambriento frente al escaparate de la pastelería.

Pero igual que estoy condenado a sufrir de por vida la incómoda presencia del cuerpo femenino hermoso, encuentro en él una falla colosal, una broma de mal gusto, una lacra perezosa que no ha seguido la fina evolución de la más sublime apariencia en el Sapiens femenino: la vagina, una encrucijada inquietante entre la Belleza y el Horror.

La primera vez que tuve a una mujer tendida en mi cama completamente desnuda yo era un niño y ella… toda una mujer. No había nada en aquella criatura que me hiciera pensar que no tenía ante mí el mejor y más sofisticado ejemplar de hembra humana que hubiese en el mundo. No me asusté, no, pero recuerdo haberme aniquilado su presencia majestuosa como un milagro que se abría ante mí… sin saber muy bien qué hacer. Ella jugó conmigo a gusto y yo, a gusto me dejé jugar. Creí entonces que la sexualidad era eso: una dulce exploración de cuerpos, una delicada armonía de curiosidades, un juego sencillo. Y el sincero goce de su maestría me ahincó para siempre en la idea de que mi pasividad debía ser mi papel para que yo disfrutara. Pero no. Aquella criatura no sentía lo mismo que yo. Enseguida reclamó su pasividad en silencio. Se tendió firme boca arriba y se abrió entera ofreciéndome como un regalo la mayor de sus intimidades, su vagina, que entonces se hizo más grande y poderosa que yo. Ya no era la mujer lo que tenía delante. Era algo que no era de este mundo, una puerta que dejaría atrás mi niñez de por vida. Sabía perfectamente lo que ella quería que hiciera, pero algo me detuvo. Me detuvo el Horror de una presencia tan espantosa.

Toda la armonía de su cuerpo, toda esa belleza objeto de mi deseo, llegaba en aquel maldito agujero a su fin. Allí acababa ella para abrirse el mismo infierno. La piel que yo había gozado, morena, tersa y perfecta, terminaba a las puertas de aquella siniestra caverna que olía fuerte, sabía peor y me arrojaba una y otra vez su naturaleza real, la de una víscera saliente por la que entraba yo en contacto con lo más pestilente y elemental de que está hecho el ser humano. Si abrimos en canal a la mujer más hermosa del mundo, nos daremos cuenta de lo tremendamente engañosa que es la percepción. Donde antes habíamos visto Belleza, veremos Horror, y hablamos del mismo cuerpo, que no se ha movido: simplemente nos ha abierto la puerta a la verdad que la piel nos esconde. Pues el coño no esconde nada: lo exhibe sin ningún pudor estético.

Aquel cuerpo cavernoso era todo menos hermoso. Claro que comí y bebí de él. Cómo no hacerlo si mi cabeza era ya una pelota a su capricho. Y me pareció ver en aquellos instantes interminables los intestinos, los epitelios, los jugos gástricos y todo un océano de vísceras y sucios humores que la naturaleza tuvo a bien esconder bajo la piel. Pero no. El coño tenía que ser la misma puerta del abismo. ¿Dónde quedaba la placidez del contacto carnal? ¿Dónde los besos? ¿Dónde su rostro angelical? ¿Cómo podía fallar aquel cuerpo exquisito en una monstruosidad semejante? Pues fueron días los que mis dedos estuvieron impregnados del mismo fuerte olor que me devolvía la nevera en casa los domingos de resaca al ver aquel pescado seco que ni remotamente quería yo cocinar. Tras tirarlo a la basura, sí, mis dedos olían igual. Y llegué a la conclusión de que el primer pene, el pene de Adán o el pene del mono, qué más da, debía ser un besugo o algo peor. “Ereh un poco… cooochinilla” , le decía el cabronazo del Tony Leblanch a la pobre niña, que a lo mejor se había aseado ese mismo día pero sus braguitas de Piolín la delataban sin piedad. Pero no a ella, sino a la sucia traición de la Naturaleza sobre todo su género.

Cuando veo la fotografía que se calza el compañero fabri oberto, la mejor de cuantas cuelgan por aquí, no puedo evitar imaginar que el coño de la niña es tan hermoso como ella. Y nada más falso que esa inercia mental que conduce al hombre a pensar que la parte oculta del cuerpo femenino es precisamente la culminación a tan hermoso juego de curvas. Mentira. Su coño es tan feo como todos. Si la belleza femenina responde a algún tipo de uniformidad y armonía, lo siento, el coño la rompe por completo. No tiene ninguna relación con el resto. La misma boca es más hermosa que el coño: la lengua y los labios humillan estéticamente a esa vulva abierta y cavernosa de apariencia similar a los moluscos y crustáceos, de esos que tanto asco da comer vivos, y eso que no huelen. Que alguien me diga entonces si no es el coño una cicatriz que la naturaleza olvidó cerrar, una herida que está abierta exhibiendo el lado más oscuro de la belleza femenina. Creo que la mayoría de los hombres no se aperciben de esto por la nube depredadora que les embriaga en el momento sexual. Creen que todo es comestible. Que toda ella lo es. Y seguramente sea así. Pero todo ese arrebato animal no puede ocultar ni la cruda fealdad del coño ni el vergonzoso abandono de las facultades mentales a que el sexo obliga. Raro es el veterano casado que pretende seguir paladeando el mismo pescado, quizá porque los años, que todo lo aclaran, le devuelven una verruga donde antes creían ver un bonito lunar.

Me gustaría saber a cuántos de vosotros os excita más la visión de una felación que la de un cunnilingus. La nula sensibilidad del porno apoya mi tesis cuando arroja una y mil veces esos primeros planos que exhiben la apertura salvaje de los labios vaginales e incluso la caverna del esfínter. ¿Ha de excitarme ese atentado visual que poco o nada lo separa del Gore? Porque no consigo ver entonces más que una víscera abierta, un higadillo externo, una palpitante membrana bajo la que hierve la sangre y las venas parecen querer estallar. En El imperio de los sentidos hubo que frotar con sal el miembro del protagonista para conseguir aquella rojez infame. Pero en la vagina, la rojez, la sangre, la oscuridad visceral, es natural y, a mi juicio, nada erótica, nada hermosa. Por no hablar de la intensísima rojez de las negras. Creo que no se puede comer algo así sin sentirse literalmente un vampiro.

Se comprueba entonces que la Naturaleza ha gastado una broma pesada: el desfase colosal entre la sublime belleza del cuerpo femenino, algunos de cuyos rostros parecen a veces el mismo rostro de Dios, y su intimidad más sagrada, evolutivamente anclada en las eras remotas de la vida anfibia cuando quedaba separada ésta del mundo exterior por frágiles membranas semejantes a las paredes del coño. Creo que uno no es consciente del origen mismo del ser humano hasta que no se adentra por completo en el sexo de una mujer, un fósil que ha llegado increíblemente vivo hasta la actualidad.

De acuerdo: puede que esto descuadre la visión de muchos. Pero ser esclavo de un pensamiento vívido, continuamente agitado, te perturba con estas cosas, te importuna con una crueldad exquisita donde debes actuar de forma estúpidamente natural, con una mecánica ciega, y sufre uno así de graves alucinaciones morales que no por extrañas dejan de ser ciertas. Una parte de la Psicología explica la neurosis como la prevalencia de la vida psíquica sobre la vida material. Maldita sea entonces. Porque esta macabra agudeza sensorial me conduce en ocasiones a ver demasiado claramente la verdad material de las cosas. Y la verdad que yo veo es que el coño es feo de cojones.

De todo esto que he escrito, tan sólo lamentaría una cosa: que cada vez que fuerais a comeros un coño, algunos, los más sensibles seguramente, os acordaseis de mí. “Vaya un coñazo”, dirán algunos. Pues ¡hala!, a disfrutarlo.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades maricona!!!!!!!!

No te he visto por el msn xD.

Más original y lo podría hacer yo :P

Un saludo, JR

Halfgan dijo...

Mushas gracias amor(k)