Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita.
8 de octubre
Parece que quizás debieramos estar en pleno otoño, un otoño en el que empiezan a salir los primeros abrigos guardados en el fondo del armario para volver a ocupar las posiciones de vanguardia, un otoño con olor a lápices recién afilados y un regusto marrón claro. Parece que, sin embargo, el sol no ha terminado de esconderse, en favor de las tímidas nubes cargadas de odio por los coches limpios y los nuevos peinados. Y un calor de mil demonios.
Son unas cuestiones temporales curiosas para un 8 de octubre, ya veremos como evoluciona.
En estos días me llama la atención la desatención sanitaria. Como es posible que esté un niño ingresado desde el jueves y los médicos no sepan decirles a unos padres por qué están allí y que además tengan paradas las pruebas porque ¡es fin de semana!. Es una auténtica vergüenza que venimos soportando hace años y de la que sólo nos acordamos cuando le toca alguien cercano, pero mañana podría ser cualquiera. No hay médicos, no hay camas habilitadas... pero hay 60 millones de las antiguas para una bandera gigante que nadie quiere y que durante la noche tira el viento 8 (y no nos olvidamos de la trama eólica). Lamentable y patético.
Un abrazo para Nachovick
Me gustaría ayudar a difundir la traducción hecha por Rinzewind de un artículo publicado en el Skeptical Inquirer.
Microsiervos también se hace eco de la noticia.
¿Es real el Ratoncito Pérez? Una fábula.
Harriet le dijo a su hermano pequeño Dan que no existía el Ratoncito Pérez: eran sus padres los que ponían el dinero debajo de la almohada.
Dan no creyó a Harriet. El sabía que existía el Ratoncito Pérez. Cada vez que ponía un diente debajo de su almohada, a la mañana siguiente aparecía dinero. Y todos sus amigos también decían que el Ratoncito Pérez les traía dinero. Y no podían ser papá y mamá porque se habría despertado cuando hubiesen entrado en su habitación y levantado la almohada. Además, papá y mamá decían que era el Ratoncito Pérez el que dejaba el dinero por las noches, y ellos nunca le mentirían.
Harriet consiguió que varios niños del vecindario le ayudaran a comprobar si el Ratoncito Pérez aparecía cuando sus padres no sabían que se les había caído un diente. Al parecer, cada vez que los padres tenían conocimiento de la situación, aparecía dinero debajo de la almohada a la mañana siguiente, pero si no lo sabían, el diente seguía ahí al amanecer. Dan dijo que el Ratoncito Pérez simplemente rechazaba participar en esos casos, y que no traería dinero si sabía que se le estaba poniendo a prueba.
Harriet sacó del armario su Kit del Detective Junior y buscó huellas en el dinero que el Ratoncito Pérez dejaba a Dan, encontrando las huellas de sus padres. Dan dijo que eso no probaba nada, porque había muchas maneras en las que el Ratoncito Pérez podía hacerse con dinero que previamente hubiesen tocado sus padres. O podía poner ahí las huellas de forma mágica para confundir a la gente. Y, por supuesto, el Ratoncito Pérez nunca dejaría sus propias huellas porque es un ser mágico.
La siguiente vez que a Dan se le cayó un diente, Harriet espolvoreó harina en el suelo, y a la mañana siguiente le enseñó a Dan las huellas de sus padres. Él dijo que eso no probaba nada: probablemente sus padres simplemente se habían acercado a ver cómo estaba, y el Ratoncito Pérez había llegado más tarde. No había huellas del Ratoncito Pérez porque se puede meter por huecos entre las paredes y no tenía que pasar justamente por encima de la harina.
La siguiente vez, Harriet colocó una cámara de vídeo en la habitación de Dan y pilló a sus padres en el acto (en el acto de coger el diente de debajo de la almohada y poner dinero en su lugar, claro está.) Dan dijo que eso tampoco probaba nada. Quizá el Ratoncito Pérez no aparecía si había una cámara grabando. Quizá tiene la capacidad de cambiar de forma y parecerse a sus padres en la grabación. Quizá le pidió a papá y a mamá el favor de hacer el cambio sólo esta vez.
Harriet cogió a Dan y le llevó a la habitación de sus padres, abrió un armario y le enseñó una caja que contenía todos los dientes que se les habían ido cayendo, perfectamente etiquetados y fechados. Ella dijo que eso era prueba suficiente de que sus padres estaban cogiendo los dientes y dejando el dinero. Dan dijo que eso no era correcto; el Ratoncito Pérez probablemente les daba a sus padres los dientes como recuerdo, o quizá se los vendía para conseguir más dinero que poner debajo de la almohada la próxima vez. ¡Eh, eso explicaría las huellas en los billetes!
Harriet y Dan hablaron con sus padres, que admitieron que eran ellos los que cogían los dientes y dejaban el dinero. Dan dijo que probablemente estaban mintiendo. ¿Por qué creerse lo que dice la gente? Él simplemente iba a ignorarlo todo excepto lo que sabía: que el mecanismo de dejar un diente debajo de la almohada funcionaba. Que el Ratoncito Pérez era real.
Harriet gritó de frustración y se arrancó el pelo a tirones. Lo dejó bajo su almohada. A la mañana siguiente, aún seguía allí.
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